La década de 1990 comienza con Convento Jerusalén tocando fondo. Tras un pésimo 1989, en este año no obtienen ni palé con una falla a medio hacer. Y todo ello tras una década sin ganar. Pero lo que no cambia, pese a que L’Antiga va a tener algunos años de mucho nivel económico y de calidad, es la rivalidad en las alturas la que se impone entre los del Carmen y los de Velluters.
Los del Pilar en 1990 con “Luz y acción” hicieron un esfuerzo muy serio por ganar. En esta ocasión además recurren al siempre espectacular movimiento de ninots. En este caso además se tratará de la bailarina que remata la falla y que girará sobre sí misma. La apuesta por la victoria es clara, pero sucede que Agustín Villanueva se saca una falla espectacular en Na Jordana que rompe la ilusión de los “pilaricos”. “Ya “semos” europeos” es además un tema muy certero, muy oportuno. Muy icónico ese puente que une España con Europa, encima del cual figura ese “Don Juan” español que ha raptado a Europa representada por una bella odalisca. Perfecta también la Giralda. Una vez más, el Villanueva más barroco.
L’Antiga con una falla de bastante volumen y temática de cómic de terror con “Lluites de sempre” había sido tercera.
Un año después, también con Ramón Espinosa, pero con un estilo mucho más suave logra vencer con “Cuentos chinos” (1991). Aunque el tema esté muy visto el monumento no se parece a ninguno que haya sido plantado previamente. El genio mitológico chino que porta un ave depredadora sumaba calidad y riesgo.
A Na Jordana regresó precisamente en 1991 Miguel Santaeulalia y regresó bien con “El melic del món” donde ¿quién no recuerda la pagoda oriental y el edificio Chrysler neoyorkino con Groucho Marx, Woody Allen o Jack Nicholson en modo joker?
Convento resurge de sus cenizas recurriendo al gran Pepet y Pilar solo puede quedar cuarta con “Este perro mundo” que supone la última falla de Agulleiro en la comisión de Velluters.
1990-92: entran en escena Santaeulalia que vuelve a Na Jordana & Monterrubio se estrena en el Pilar en un contexto artístico general muy conservador
1992 supuso la llegada al Pilar de Julio Monterrubio, esta vez con la importantísima aportación de su genial hijo Julio Sergio. Lo curioso de la rivalidad que se creará a nivel de premios entre Monterrubio y M. Santaeulalia es que el primero plantó su primera falla gracias al segundo, que lo había presentado a la comisión de Mendizábal de Burjassot. Así que, rivalidad, pues sí, la hubo y supongo que mucha estos años en ambos talleres, pero creo que sobre todo prevaleció el buen rollo. De hecho ya en el siglo XXI, con la pujanza del “nuevo rico” Nou Campanar era habitual que en las megafallas de Pedro Santaeulalia colaborara también Julio Monterrubio.
1992 fue un año excelente en cuanto a monumento fallero, y es que Martínez Mollá estaba sembrado en la difícil falla municipal -ya lo estuvo en 1991 con el “David de Miguel Ángel” y repitió en este curso con “Carmen”- y en la Sección Especial se plantaron un mínimo de cinco fallas muy buenas.
De entrada decir que Pilar y Monterrubio -padre e hijo- asombraron a todo el mundo fallero con “Cacerías”. Se trataba de una pintura diferente, un modelado distinto, adelantado sin duda a sus contemporáneos. Todo eso es obvio y muy de agradecer. También creo que se debe respetar a quien le guste más un tipo de falla más tradicional, o pueda no entusiasmarle el estilo de este nuevo Monterrubio, o simplemente reflejar que te gustan más algunas de sus fallas que otras o el estilo de otros artistas menos valorados por crítica y público. Digo esto sin ánimo alguno de crítica al famoso tigre que remataba la falla considerada por muchos como una de las más determinantes de la historia de las fallas de la era moderna. Y es curioso, y demuestra las paradojas de la vida, que fuera una comisión con fama de tradicional como era El Pilar la que apostara por un artista que rompía con el estilo predominante hasta esa fecha, mientras que la progre Na Jordana tenía a un magnífico artista como era Miguel Santaeulalia del que se puede valorar tanto su tendencia caricaturesca, su sátira, su barroquismo y porqué no, el hecho de ser el primer artista en usar el corcho blanco en la creación de fallas, pero al margen de ello nunca se ha caracterizado por ser un vanguardista-transgresor, precisamente.
Ambos artistas nos ofrecen, probablemente, lo mejor de su trayectoria durante esta década de reparto de primeros premios entre ambas comisiones (salvedad de 1991 y 1993). En este 1992 “Cacerías” se impone al “Sueño verde” de Santaeulalia en Na Jordana que queda segunda, con su tronco de árbol, la bruja, el ángel apocalíptico y el sátiro que remata la falla. El bronce lo obtiene Convento Jerusalén que había fichado a Agustín Villanueva y con un estilo muy diferente de falla a lo que venía haciendo, y con éxito, en Na Jordana.
“El templo del hombre” era con mucha diferencia el mayor presupuesto y ello queda justificado, pero al mismo tiempo artista y comisión comenzarán con unas fallas demasiado experimentales, en las que en ocasiones, como en ésta, se hace imprescindible pasar por taquilla para ver buena parte de la falla. Eran, las de este nuevo Villanueva, apuestas arriesgadas, con división de opiniones en el público y en el jurado. Con todo, y tras una década de actor secundario, Convento iba a convertirse -con sus arriesgados experimentos- en un gran animador en la Sección Especial en la década de 1990. Este 1992 nos deparó otras dos grandes fallas: la de L’Antiga “500 años después” con un Espinosa, tal vez más clásico, pero con un poderoso remate donde desde la antorcha olímpica emergían dos rostros de indios y la cabeza de un conquistador español, y la de un sensacional Pepet que volvía a demostrar su clase en Merced con el imposible remate de los dos gallos de pelea en “Lluites”. Su quinto puesto era lo de menos, para mí la primera o segunda mejor falla del año. (continuará…) Edición: Carlos Vivó.
ENLAZAR CON LAS OTRAS PARTES DEL REPORTAJE… 😀